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La expresión de la devoción

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La expresión de la devoción es profundamente inmensa. Implica entregarse y fluir en aquello que se entrega; implica adorar, enamorarse con un amor absoluto capaz de experimentarse, y que se recrea con total naturalidad incluyéndolo todo, incluso aquello que está más allá del cuerpo.

La devoción perdura debido a que no es una emoción ni un sentimiento. No se segmenta, no es intermitente, ni nace ni muere, sino que posee la misma condición del discernimiento, es decir, posee una connotación de continuidad. Sin embargo, es una condición de continuidad que exalta pero no quema, no consume. Solo consume cuando se la quiere poseer. Esta condición es terriblemente dolorosa cuando, ante la intensidad de lo que se experimenta, queremos adueñarnos de ella. Entonces, la única solución en esos momentos de intensidad es no poseerla, pues de hacerlo nos consume. El truco es permitir que eso ame, que eso quiera, que eso integre, que eso viva, que eso sienta y que eso comprenda por sí mismo. Esa comprensión se parece entonces, en ese instante, a una exaltación continua llena de vida, totalmente ardiente pero que sabe, aunque no consume, no quema. Esa es la actitud del devoto. Esa es la verdadera actitud con la que el devoto se acerca a la divinidad. Esa es la actitud con la que el devoto se acerca amorosamente a aquello que ama. Esa es la actitud del bhakti, del enamorado de Dios.

Debido a que la devoción es un sentimiento que va naciendo lentamente, el bhakti, para direccionar ese caudal amoroso, normalmente ha de entregar su esfuerzo y alegría al prójimo y al mundo. El sentimiento siempre ha de ser entregado, a diferencia de la comprensión discernitiva que siempre ha de ser reflexionada en el silencio de la interioridad.