Los niños tienen una naturaleza que les lleva a ver el mundo de una manera excepcional. No hay nada más delicioso que ver a un niño bajo el aroma de la sorpresa cuando pregunta, con esa naturalidad maravillosa.
Pero con el tiempo esto se pierde. Algo le pasa al niño de los 5 a los 12 años.
En el camino, aproximadamente hacia los 7-8 años, empieza a aparecer un duendecillo, este es, el ego. De pronto empezamos a notar que los recuerdos son nuestros, que los sentimientos son nuestros, que el dolor físico y psicológico es nuestro. Ahora nos damos cuenta que nosotros existimos, ahora nos damos cuenta de que somos una unidad no sólo biológica sino también psicológica. Ahora establecemos un patrón y un filtro en todo lo que percibimos. Ha aparecido el duende. Ahora el duende ha tomado el control.
Este es un momento que no solemos recordar casi. Está oscurecido en nuestro proceso histórico. La egoencia no nace cuando nacemos, es una variable del proceso cognitivo. Y empieza a establecer patrones cuando el sistema nervioso procura esa opción.
Empiezan a precipitarse otras variables cognitivas, como la memoria, la capacidad de correlación de la información, la de desarrollar inteligencia, y cada vez tenemos más capacidad para manejar más información, pero siempre bajo un filtro. Un filtro que está todo el tiempo, y empiezan a desarrollarse facetas, que tienden básicamente a mantener esa individualidad, antes física y ahora también psicológica. Y aprendemos a esquivar la vida.
Las consecuencias de tener un duende, de personalizar la cognición, es el proceder de la dualidad. Verán que el mundo posee una multiplicidad de variables y categorías, unas diferentes de otras. Cuando intenten encontrar pautas sobre su funcionamiento entonces tendrán que estudiar, si ello es material entonces la física, si buscan pautas psicológicas entonces la psicología o la filosofía. Y nunca saldrán de ahí. Allí ustedes han nacido, con esa predisposición y lo más seguro es que allí mueran, bajo esa predisposición. Verán que todo cambia. Verán su pasado y se encontrarán felices o infelices. Verán amigos, personas, sentimientos, emociones, pasiones que han transcurrido a través de su vida. Pero, aun así, el 74% de todos los días estarán distraídos y vivirán en completa fantasía y cuando les diga sentémonos a practicar, su Atención irá saltando, no podrán estar quietos. No saben lo que es estar atentos.
La Atención se ha convertido en un proceso tan oscilatorio que creen que ella cambia.
Durante años formalicé un proceso de búsqueda profundo. Estaba impregnado del duende, de “yo”, si preguntaba ¿quién piensa? Pues yo. Intenté ir por la vía devocional. Le canté a Ganesha, a los dioses, pero siempre había también alguien que sentía. Hice todo lo que pude, pero nada funcionó, siempre había un duende. Siempre estaba presente en mi cárcel.
Pero un día, a los 26 años, en una práctica como cualquier otro día, hubo un instante en el que hubo que tomar una decisión, la decisión iba a que aceptaba disolverme absolutamente, e inclusive luchar contra el propio miedo instintivo a dejar de existir o abrir los ojos. Básicamente fue eso, no más, fue una experiencia que me llevó a esa bifurcación.
Es la bifurcación que les llevará un día a ustedes a darse cuenta de que el universo va a desaparecer y ustedes con él, que todo se va a disolver, que la existencia de lo que ustedes son nunca va volver a darse jamás. Es eso o abrir los ojos.
Yo tomé la opción. Tomé la opción de seguir con los ojos cerrados. Básicamente tomé la opción porque mi maestro una vez que le conté que había llegado a esa bifurcación y que había abierto los ojos me dijo “che, te felicito, conociste al monstruo amorfo” y yo lo miré y pensé “¿de qué me habla este loco?”
Yo le hablé del terrible miedo que sentí cuando me iba a disolver, cuando mi “yo” se iba a disipar, y él me felicitaba porque vi al monstruo amorfo.
Años después pasó de nuevo, el monstruo apareció y tomé la decisión correcta. Estuve varios días allí.
Y es hermoso leer a los místicos, que dicen, que dios está en todas las cosas, en todas. En cada parte y fracción de ella, y allí navegando por el universo sin límites, a ciencia cierta se detecta que la realidad tiene ese tinte, que el amor es un tsunami inmenso que produce galaxias, universos y mundos enteros, que en un instante todo se observa, hasta lo más ajeno y recóndito en cualquier universo que exista, y que allí la Conciencia es la suma de la razón de ser de todas las cosas.
Y al regresar de esa experiencia pasó algo simpático, perdí la capacidad de fantasear. Me era imposible fantasear.
¿Qué es lo que ocurrió? Había ocurrido un proceso inverso a lo que ocurrió a los siete años, un proceso de desidentificación.