También denominada “actitud de pertenencia” en la acción. Esta característica de la identificación con la acción es profundamente sencilla y, a la vez, compleja de entender.
El cristianismo ha incursionado en el tema cuando pone en boca de Jesucristo en la cruz la afirmación “hágase tu voluntad y no la mía”, también recogida en parte en la oración del Padre Nuestro. Con ello el individuo se desprende de su egoísmo y acepta convertirse en instrumento de la divinidad. Sin embargo, debe entenderse que lo que sucede es un actuar sin estar inmerso volitivamente en la acción, y no un dejar de actuar esperando el llamado de Dios, pues en ese caso se estaría cayendo en la inacción.
Un elemento que puede dar claridad al respecto es el análisis de la voluntad. La voluntad es una actividad mental que lleva siempre a una meta, a la consecución de un objetivo específico. La voluntad implica la presencia de mi personal esfuerzo asociado al anhelo, al deseo por la obtención de un resultado. La voluntad lleva implícito uno de los pronombres personales: “yo”, “tú”, “él”, “nosotros”, “vosotros” o “ellos”. La voluntad es una fuerza que dirige, pero requiere de un director. Ese director es el “yo”. Mientras haya voluntad existe un “yo” que direcciona mentalmente el esfuerzo en busca del resultado de la acción.