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La doliente humanidad occidental

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El sistema pedagógico religioso occidental propone las virtudes como peldaños a través de los cuales es posible acceder a lo “superior”. La cercanía a la virtud hace al hombre un ser más bueno, esto es, lo acerca al modelo ético de lo que debe representar el ente humano. A su vez, la acción encaminada a la obtención del merecimiento moral se convierte en el camino a seguir y en el faro que acompaña al caminante en su búsqueda interior.

Bajo esta perspectiva de vida, el cumplimiento de los mandamientos éticos, religiosos, éticos o sociales son pautas a seguir. Alejarse de éstos o transgredirlos convierte al ejecutante de acciones en merecedor de castigos y de reprobación social o divina.

En conclusión, la labor práctica de la vida consiste, según algunos modelos éticos, en aprobar un modelo de acción previamente determinado mediante mandamientos o leyes, evitando a toda costa su incumplimiento. De incumplirse el modelo previamente determinado -“bueno”, “cristiano”, “ético”, etcétera- se convierte el realizador de la acción en un ente pecador y reprobado socialmente.

Esta muy particular forma de ver la vida es proclive a polarizar la conducta humana: los buenos y virtuosos versus los malos e injustos. La lucha por el control es a muerte, y en ella no hay reglas. Ni aún el mismo valor por la vida que enarbolan los unos es respetado, con tal de convertir o castigar a los otros.

Bajo este modelo ético que lleva muchos siglos, la doliente humanidad occidental es presa de todo tipo de martirio. Así se justifica el ondear obligado de una bandera o la supremacía por fe de una idea.

No es de extrañar que la ausencia de claridad moral en que se vive lleve a los extremos lo que a diario se conoce en los periódicos, revistas y demás medios de comunicación. La humanidad no tiene salida, pues no tiene camino claro hacia sí misma.

El Advaita toma rumbo por otro sendero. No cataloga la acción dentro de un parámetro moral, ni la hace afecta a buenos o malos. Es más: concluye que “la acción no puede destruir la ignorancia porque la primera no está en conflicto con la segunda”.

“Tan solo el Conocimiento es capaz de destruir la ignorancia, como tan solo la luz es capaz de destruir la densa oscuridad”

Atmabodha, Sri Sankaracharya, Editorial Hastinapura, 1982.