La cesación del samsara y, por ende, la obtención de la iluminación, descorre los velos de maya, es decir, la ilusión, la ignorancia primigenia, que no es más que la creencia egoica que identifica el hecho de ser y de existir como algo asociado a un “yo” individual y separado.
La herramienta del conocimiento del Ser es con lo que se cuenta para lograr la liberación total. Las diferentes modalidades de acción se diferencian entre sí en razón del nivel de identificación del ejecutante con la acción. Tan solo mediante el desarrollo del propio discernimiento interior es capaz el ser humano de lograr la libertad total.
El concepto samsara es parte esencial de las tradiciones orientales. El solo hecho de su existencia como concepto granjea por sí mismo una ética especial. Reconocer que, inexorablemente, debemos volver a vivir en otro cuerpo que otorga una expectativa de vida similar a la de aquella que entretejimos mediante los propios deseos, alegrías o miedos es francamente conmovedor. Aunque esto no fuese así, es decir, aunque el samsara existiera solamente como realidad teórica y nunca práctica, reconocer una posterior vida en la que nos viéramos implicados por circunstancias similares, pues los deseos siguen vivos y la voluntad sigue con suficiente ímpetu para correr detrás de ellos, nos llevaría a ver el mundo de manera diferente. Educados bajo la estima de la existencia del samsara, muchos actos que se supone que se diluyen a través de una confesión o de un perdón póstumo serían innecesarios y sin ningún valor.