La Conciencia como sustento esencial de la Realidad

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La Conciencia como sustento esencial de la Realidad
El modelo práctico que plantea el Vedanta advaita parte de una condición muy clara y específica: lo Real, es decir, lo que existe por sí y en sí mismo, aquello que es auto-existente y que está más allá de toda limitación, no es posible fragmentarlo en algo que se pueda conocer. Esto lleva necesariamente a que no existe ninguna información ni circunstancia que pueda ser conocida que sea en sí misma esencialmente Real y, por lo tanto, una “parte” de cualquier “todo” cognoscible nunca es lo Real.
Tampoco se plantea como real el “todo” como suma de las “partes” de los diversos “todos”; ni siquiera la transformación evolutiva de una “parte” en otra ya que, si lo Real es considerado como tal, nunca podrá devenir de algo previo. La evolución nunca transformará en real algo que no lo fue, debido a que una de las condiciones esenciales de lo Real es su permanencia en el tiempo.
El Vedanta advaita aborda sus análisis bajo este contexto, ya que la experiencia demuestra que cualquier “parte”, sea cual sea, es esencialmente impermanente al estar sujeta al cambio en tiempo y espacio, sin importar si la partícula en cuestión es material o ideal.
Ni “parte” ni “todo” son reales, así como cualquier relación que se pueda dar entre ellos. Sin embargo todo lo existente, ya sea “parte” o “todo”, está imbuido en algo que no es ni lo uno ni lo otro pero que de alguna manera “encamina” hacia ese ello, hacia ese algo Real. Para entender este análisis hay que introducir una premisa: el ser humano asume que es inteligente y esta condición le permite ser consciente y saber de sí mismo, dando orden tanto a sus acciones como a sus procesos mentales o psicológicos. Ese “saber” propio en el ser humano, que le provee de inteligencia, no es más que la manifestación de lo que se denomina “Conciencia”. El hecho de ser consciente permite “saber” sobre las cosas y, por tanto, permite reconocimiento sobre ellas, generando un orden subyacente que opera incluso en la naturaleza.
Así, por ejemplo, una gota de agua sigue ordenadamente su proceso de ser lo que es y no otra cosa, o un bosque se rige por los procesos ordenados que operan entre todo lo que lo conforma en su totalidad: árboles, animales, vientos, formas, colores, fotosíntesis, clima, etc., orden que opera también, por ejemplo, en el proceso de asimilación enzimática que sólo se da en el sistema digestivo; en definitiva, la inteligencia propia de la naturaleza hace que se provea vida y se genere orden en ella, a tal punto que todo lo existente posee esa condición ordenada e inteligente, siendo imposible el caos.
El ser humano sabe que es consciente gracias al orden que impera en sus procesos y acciones, y sabe que es inteligente por el hecho de conocerse e interactuar consigo mismo y con el entorno. Sin embargo, identifica como diferentes, por una parte, la operatividad y orden de la acción y, por otra, al que es consciente de dicha acción. Pareciera, desde la perspectiva común, que
la condición inteligente global fuera diferente de quien es consciente de esa inteligencia en todas las cosas, a causa de que ese que es consciente ha escindido dicha inteligencia de Aquello que la hace realmente inteligente.
Pero la inteligencia de la naturaleza no es diferente de la comprensión y de la inteligencia del ser humano, ya que aquella se reconoce con rasgos de orden y organización similares a los de la de este. La naturaleza es consciente de ella misma del mismo modo que el ser humano, como expresión de la naturaleza, es consciente de si mismo, y aquello que se manifiesta de manera inteligente, incluso cuando se muestra en forma de parte o fracción, es proclive a permanecer bajo un orden estricto y resoluto, y no es diferente de la Conciencia que la ordena. La naturaleza misma, vista como parte, también es Conciencia.
Todo lo existente, ya sea material o ideal, tiene esencialmente orden, es decir, lo que existe es Conciencia y por tanto es consciente e inteligente. Todo es inteligencia, pero no sólo la cualidad que comúnmente suele denominarse como tal. Es mucho más. Lo que se entiende por “ser inteligente” es sólo una parte, y no deja de ser una expresión momentánea y fugaz de lo que para el Vedanta representa la inteligencia, que no es otra cosa que el don y la fuerza de la comprensión, el don y la fuerza de la Conciencia. Conciencia que, englobándolo todo, llega a manifestarse como parte sin serlo, así como tampoco es, tal y como ya se ha expuesto, ni la suma de todas ellas, ni la evolución de una de ellas, ni la suma particular de todas. Eso que lo sustenta todo es Conciencia, eso es Real.
Lo Real, entonces, no es una condición particular ni la evolución de una de ellas, ni tampoco es un todo resultante de la suma de diferentes condiciones particulares. Lo Real, en forma de inteligencia, rige, liga, ordena, siempre está presente y forma parte de todo, siempre es el sustento y el soporte de toda parte.
Esa condición inteligente permite ser a cada cosa lo que es, e impide que algo tome erróneamente el rol que no le corresponde. Permite a la parte ser parte y compartir algo que no le pertenece pero que la sustenta: la Conciencia. En este universo todo posee inteligencia y por ello no importa la fracción que se delimite; siempre habrá orden e inteligencia en ella.
Y existe una capacidad dinámica propia de la Conciencia que se expresa en el ser humano: la atención. De ahí la importancia de la atención en la práctica meditativa, porque es la expresión propia y dinámica de la Conciencia. Por ello, el gran trabajo en la práctica meditativa es permitir que la Conciencia actúe y, de esta forma, que opere la inteligencia propia del proceso, obviando y evitando la producción de “partes” en forma de pensamientos que la mente constantemente agrega a dicho proceso.
Es la propia apreciación intelectiva individual, como acto consciente e inteligente que es, la que constantemente genera “partes” que se superponen a la Conciencia, asemejándose este proceso a dibujar formas, unas tras otras a
medida que se van borrando, sobre la superficie del agua. Estas formas, en función de cómo se definen mentalmente, se convierten en un fraccionamiento perceptivo que aparece en quien delimita y define las cosas.
En la práctica meditativa no es necesario buscar la Conciencia o la atención, simplemente hay que permitir que se expresen y, para ello, hay que impedir el ser consciente de las partes o formas que aparecen, e incluso de la propia inteligencia personal. Cuando cesa la “parte” lo único que perdura es lo que siempre ha sido, es y será, la Conciencia, no diferenciándose ninguna “parte” de las restantes. A esta peculiar forma de interrelación se la denomina No-dualidad, y a su expresión práctica, Meditación.
No es conveniente ni necesario enfocar este modelo de realidad desde la “parte” (pues cuando la “parte” se define a sí misma inmediatamente excluye aquello que no conoce de ella misma), ni desde el “todo” (como suma de “partes”), tal como es habitual en Occidente. El Vedanta, a través de los análisis racional e intuitivo y apoyándose en la condición empírica, llega a la conclusión de que existe algo común a la parte y al todo, sean estas las que sean, que hace que realmente no haya diferencia entre ellas. Se busca una condición de interiorización y de cognición lo suficientemente clara para que Aquello que es lo que es y que participa de todo lo que existe no tenga impedimentos en ninguna fracción de Sí mismo que, aprovechando la condición de ser consciente, se autodefina a sí misma como “parte” en su proceso dialéctico.
Y cuando se impide que la mente en su proceso dialéctico individual se autodefina como “parte”, emerge la Conciencia que siempre estuvo inclusive en las “partes” que la mente individual definió, ya que la Conciencia es la condición inteligente que posee el don inestimable de “saber” bajo cualquier circunstancia en que se conozca: lo perenne, eterno, vivo, omniabarcante, sin tiempo, es decir, sin parte alguna en espacio, ni en tiempo, ni en cualidad, ni en características, ni en función; sin parte en propiedad, ni en necesidad, ni en anhelo, ni en sentimiento, ni en pensamientos, ni en deseos.
A esta condición consciente de reconocer la realidad desde esta perspectiva se la denomina Meditación. Y, se medite o no, siempre hay Conciencia: nunca ha variado, al igual que por hacer una línea en el mar este no cambia ni se transforma. Esta es la naturaleza esencial, y no cualquiera de las fracciones limitadas que el ser humano crea de las representaciones que obtiene de las cosas.
El planteamiento del Vedanta siempre ha sido claro y simple: se trata de buscar una condición inteligente, consciente y atenta, que no sea “parte” ni se reconozca como tal y, a su vez, permita al sistema individual impulsar su real naturaleza: la no-diferencia.
Este texto corresponde a la primera charla impartida por Sesha en el Internado de Meditación celebrado en Angosto (Alava) en Octubre del 2004.