Cuando recordamos un color, por ejemplo el amarillo, inmediatamente evocamos un tono representativo de la idea de dicho color. En este caso identificamos la idea de amarillo con el tono que provee el recuerdo del color. Nuestra mente, antakarana, está diseñada expresamente para relacionar recuerdos con percepciones. La velocidad del antakarana para procesar esa información es muy alta. Aunque nuestras percepciones mentales son como fotogramas que se siguen unos a otros, la velocidad en que se articulan son tan altas que nuestra percepción parece un flujo continuo, tal como ocurre mientras vemos una película de cine y observamos la continuidad de una trama proyectada sobre la pantalla.
De manera automática y gracias al aspecto ahamkara de la mente, la percepción y su recuerdo (pensamiento) quedan asociados a un perceptor. Inmediatamente surge el proceso dialéctico (pensamiento), y también emerge un sentido de identificación con el proceso que induce la aparición de un dueño, de un propietario de la percepción que se está realizando. A dicha identificación se la suele denominar “yoidad” o “egoencia”, es decir, la apropiación del pensamiento por un actor. De esta manera, al pensar aparece quien piensa, aparece el actor, el dueño del pensamiento. Con ello emerge el yo, lo mío, el sujeto, el perceptor, todo ello resumido en el sentido de individualidad.