Las acciones realizadas desde la perspectiva de la intención crean sensación de continuidad al ego actuante, de tal forma que ambas, acción y resultado, parecen propiedad de un “yo” que empieza a parecer ser parte de un evento continuo y estable en el marco espacio-temporal. El espacio donde la acción se realiza y el tiempo que transcurre en aparecer su fruto están ambos relacionados con un ente con capacidad de recordar el pasado, vivir el presente y proyectarse al futuro. Este ente se denomina “yo”, “ego”, “individuo” o “sujeto”.
A su vez el individuo, al realizar la acción impulsado por el fruto de la acción misma, se siente poseedor de la experiencia y de su consecuencia próxima: el fruto de la acción. De esta forma, actor y consecuencia quedan ligados inseparablemente. Así entonces, el ego se identifica erróneamente como propietario, como potencial gozador de la consecuencia que un día emergerá. Esta vinculación entre acción, consecuencia y ente actuante (ego) fue denominada desde siempre por los antiguos sabios como karma.
Por ello, toda acción ejecutada con identificación o sensación de pertenencia (actividad egoica) y con anhelo del resultado que de ella pueda derivarse genera karma. En definitiva, el acto vivido con sentido de ser ejecutor del mismo y de perseguir un resultado final crea sensación egoica de continuidad. El individuo, creando karma, se liga a la acción y a su consecuencia.