Existe una manera correcta de realizar la acción sin que exista un nexo entre causa y efecto. En realidad, se busca impedir la aparición en la consecuencia de la realización de la acción de un efecto en el que exista la presencia egoica. La idea, entonces, es evitar el sentido de identificación yoico cuando la acción se realiza. Para definir este tipo de “acción recta”, junto con el andamiaje teórico que existe a su alrededor, la tradición oriental enarboló la palabra dharma. Dharma es aquel tipo de acción que no genera karma, es decir, en la que no hay encadenamiento causal egoico entre actor y resultado de la acción.
El universo dual se entreteje gracias al karma. Karma implica necesariamente el concepto de ilusoriedad (maya); el karma surge en maya. Maya implica ignorancia (agnana), esto es, una incorrecta percepción de la realidad a causa de un elemento dicotomizante y diferenciador en la cognición al que denominamos “yo” (ahamkara).
La realización dhármica de la acción implica la ruptura del karma, puesto que la acción se plantea sin encadenamiento egoico. La ruptura del karma implica el desvanecimiento de maya, la ilusión, y con esto se replantea la percepción de la realidad.
Convertir la acción en un acto sagrado implica que la acción misma transforma al actor y le concede la libertad interior. La acción, sin importar cual sea esta: comer, reír, acariciar, jugar, pensar, etcétera, puede convertirse en camino al descubrimiento interior. La acción misma es un trampolín para el descubrimiento de la propia realidad. Todo se basa, según el Advaita, en ejecutar la acción carente de todo sentido egoico.