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La acción obligada

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Consiste en la presunción de que un acto bueno desencadena una buena consecuencia y que uno malo conlleva una mala consecuencia. Presupone la existencia de acciones cargadas de contenido moral, las cuales, dependiendo de su contexto, deben ser rechazadas o no.

Creer en la validez de los actos buenos y en la invalidez de los malos lleva a la confusión. Este tipo de acción desencadena un mecanismo relativista que suele ser usado por el más fuerte para dominar al más débil. Hacer actos buenos lleva a quien los realiza a creerse bueno. Esta es la más exquisita modalidad de egoísmo que puede ejercer quien tiene el poder: ejercer el control de ingreso al club de los buenos y ostentar el derecho a flagelar y enjuiciar a los malos. Y lo paradójico es que el mundo está bien. Está bien, pues no puede ser diferente de lo que hace con él la masa humana: creer que hace bien.

Desde la perspectiva del Advaita, la acción obligada es superior a la inacción, pues la experiencia que la acción obligada depara ofrece por lo menos un mínimo aprendizaje. Sin embargo, la acción obligada está lejos de constituir el modo correcto de actuar. Realizar la acción por la apetencia del resultado lleva necesariamente a identificar la acción con el resultado que ella genera. Así entonces, la acción y el deseo que la impulsó a existir no mueren cuando ha sido ejecutada la acción, sino que se mantienen mientras el fruto de la acción no se coseche; y aún después de cosechado, el deseo se mantiene vivo en la necesidad misma de conservar el provecho alcanzado.