No existe una acción que por sí misma pueda determinar su validez. Distribuir las acciones entre las innumerables posibilidades que caben entre los extremos de lo bueno y lo malo, de Dios y el diablo, es algo relativo, y dichas posibilidades, las más de las veces, son apenas un prontuario que justifica el propio egoísmo de quienes las usan para sofocar al prójimo.
Encontrar una acción que por sí misma sea válida es imposible. Ninguna es por sí misma virtuosa; ninguna lleva por sí misma a la libertad. La acción es un medio, pero ninguna lleva implícita un fin de libertad.
Lo que se llama educación y valores no son tal. Crees que has sido educado para llevar una vida correcta; sin embargo, para lograr mantenerte bajo los cánones éticos considerados como válidos te han inculcado miedo, temor. Desde tu nacimiento eres pecador; arrastras, sin saber cómo, el flagelo del error de otros.
El sentirse culpable de ser pecador y la esperanza de un eterno bienestar en la otra vida, siempre y cuando se rija bajo las normas impuestas, son las más absurdas y viles ideas con las que se comercia la espiritualidad. Además, la valoración de los actos se estipula por quienes creen ser poseedores de la sabiduría ética por el solo hecho de estar matriculados en un credo o ser directores de un estandarte político.
En el fondo, cuando actúas, haces lo que conviene más a otros. La pasividad interior resumida en la aceptación de normas predeterminadas te impide ahondar en tu real naturaleza interior. Suponer que fuiste, eres y serás pecador frustra tu alma y te castra para la búsqueda metafísica.
No se demerita en ningún momento que las normas sociales han posibilitado la expansión social de la humanidad; sin embargo, ¿cómo puede ser posible que los mismos que enarbolan el bien y la justicia estén impávidos ante el hambre, el dolor y la pobreza de la mayor parte de la humanidad?