Todos los personajes que aparecen a lo largo del Bhagavad Gita no son más que la representación simbólica de algunas de las condiciones que operan en el interior del ser humano. Así, el propio relato del Bhagavad Gita se convierte en el relato simbólico de la batalla que todos los días libra nuestra propia mente con su propio desorden, tratando de encontrar una salida coherente al dilema de la razón de ser de las cosas.
De los dos personajes principales que ocupan la mayor parte de los diálogos que aparecen en el texto, Arjuna representa al uttama adikari, el discípulo perfecto, esto es, aquella parte de nosotros que busca afanosamente la verdad valiéndose de las tendencias más inteligentes, más claras, que permitan la comprensión de una enseñanza válida. Es la fuerza que tenemos para poder salir de nuestro propio caos interior. Por otra parte, Krishna es el símbolo del conocimiento perfecto, es lo profundo y esencial que tenemos en nosotros mismos. Dependiendo de la condición de la lectura, pasa de ser un maestro, un guru, a ser Ishvara, el Dios Creador, a ser Brahman, el Absoluto no-Dual, o a ser cualquier otra condición que el texto imprime en su momento.
De entre los diversos epítetos que se aplican a Krishna en el texto, en un momento dado destaca el de Madhusodana. Madhu se traduce como “miel”, de manera que el sobrenombre podría traducirse como “el matador, el destructor de la miel”. Filológicamente podría ser correcto, pero desde una perspectiva sapiencial resulta ser un absurdo. La traducción correcta sería “el destructor del yo”. Madhu está haciendo referencia al dulzor, entendido como apego, que sentimos por el aham, el sentido de identificación egoica que opera en nuestra mente. Es la gratificación implícita en toda acción, física, mental o emocional, realizada con ese sentido de identificación. Por eso aham es dulce, por eso es madhu, y por eso Krishna es Madhusodana, porque ha destruido el yo.