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Jivanmukta

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El jivanmukta posee consciencia de su cuerpo, de su vitalidad y de su mente. Puede reconocer la existencia del dolor físico, atestiguar enfermedades e incluso bucear por sus propios recuerdos. La única diferencia entre un jivanmukta y una persona común es la capacidad de desidentificación que opera en su mente. Todo ser humano convierte cualquier experiencia mental o física que realiza en algo propio, personal, a tal punto que presume de conciencia individual y atestigua que es él quien realiza la acción, pues se advierte a sí mismo como ejecutor de todo acto.

El jivanmukta tiene la posibilidad de convertir en objetos a sus pensamientos, esto es, puede experimentarse desidentificado de ellos. Normalmente cualquier persona se atribuye a sí misma la condición mental que experimenta. Si por momentos está alegre, se define a sí mismo de igual manera; si, por el contrario, se encuentra triste, de igual manera asume dicho rol. Los sentimientos, pensamientos, sensaciones y pasiones se integran con el yo combinándose y creando una entidad consciente que se diferencia de cualquier otra individualidad. La mente le otorga a dicha individualidad el sentido de pasado y la manera de fluir del tiempo, asegurando al individuo tener una dirección evolutiva hacia el futuro. El jivanmukta, en cambio, no posee un centro activo desde el cual obre y al cual podamos llamar ego. La conciencia permanece activa pero no asume un rol individual. Lo conocido se sigue conociendo, el conocedor sigue conociéndose; sin embargo, entre conocedor y conocido no se advierte sentido de diferencia; ha nacido el sentido No-dual de percepción.

También a los jivanmuktas se les llama los “grandes ignorantes” o “los dos veces nacidos”, pues nacieron primero de un vientre y luego nacieron a la percepción suprema, esa que les permite alcanzar y traspasar el “océano de la ilusión”. Esto se ilustra en algunas otras culturas, como por ejemplo en la budista Zen, con el apelativo de “Gran Ignorante” que se atribuye al maestro que se ha establecido en el satori, porque después de haber conocido todo lo que puede conocerse, no se le nota, no se percibe nada extraordinario en él y sigue pareciendo a los ojos del mundo tan ignorante como la mayoría.