El desconocimiento de la metafísica oriental llevó, hace más de un siglo, a que los primeros estudiosos e investigadores presentaran equivocaciones al trasladar dichas ideas a la mentalidad occidental. Tal vez el más representativo de los errores fue la palabra karma, el sentido del encadenamiento de la acción a causa de la presencia egoica.
El concepto karma se tradujo a la luz de la moral cristiana, donde su significado pasó a ser “ojo por ojo y diente por diente”, algo así como un trasfondo vengativo en donde las acciones buenas luchan contra las malas. Posteriormente, ya a finales del siglo pasado, el concepto karma logró redireccionarse, sin pasar aún a lograr una comprensión correcta; entonces se hablaba de “la ley de causa y efecto”, para asociarlo a una correspondencia con las leyes físicas de Newton.
Al igual que la palabra karma, del portafolio de ideas indio se extrapolaron otros conceptos como maya, samsara, entre muchos más, que desafortunadamente corrieron con la misma nefasta suerte de ser mal interpretados. Lógicamente, los primeros simbolistas y pensadores occidentales interpretaban el nuevo mundo de abstracciones usando sus propias referencias intelectivas. Ello llevó, necesariamente, a una adecuación de las ideas orientales al pensamiento occidental, sin que se lograra situar correctamente la esencia que la idea contenía.
Así, conceptos como la No-dualidad o como la relación amorosa con la divinidad en forma de bhakti, simplemente se interpretaron como expresiones inentendibles o simples estados emocionales fervorosos. La misma práctica de la meditación también sufrió deformaciones al no encontrarse en Occidente referencias similares sobre las cuales implementar una traducción o establecer una relación adecuada con prácticas cristianas.
Incluso la palabra «meditación» adopta, en nuestro lenguaje coloquial, la presunción de reflexión profunda; nada más equivocado.