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Inercia

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Si se presta atención a las características de los objetos que se presentan en la percepción, se aprecia que en todos ellos hay un denominador común al que se le puede llamar “inercia”. La inercia podría ser definida en los objetos ideales como el principio de conservación de su propia identidad, es decir, la capacidad para perdurar y mantenerse siendo ellos mismos.

Por ejemplo, un cuerpo físico al ser lanzado posee una inercia por la que, en ausencia de rozamiento, tiende a permanecer en movimiento. Esa misma inercia es la que hace que un mineral cualquiera siga siéndolo durante millones de años hasta que cambien determinadas condiciones ambientales como, por ejemplo, la presión o la temperatura, y se convierta en metal o metaloide. Independientemente del proceso de transformación, ya sea mineral o metal, está dotado de una inercia por la que tiende a mantenerse siendo lo que es hasta que haya condiciones para ser otra cosa.

Absolutamente todo está sujeto a esa inercia. Es una especie de mecanismo de supervivencia que es común a todas las cosas, una tendencia a permanecer y a seguir existiendo que ocurre en todos los contenidos de un campo de cognición. Adicionalmente para que cualquier contenido pueda seguir siéndolo y se diferencie del resto, necesariamente ha de poseer una frontera que lo delimite e identifique, produciendo sobre la cognición una naturaleza variable, inestable y discontinua.

Es precisamente en la afirmación previa donde radica el problema de la comprensión de la realidad que percibimos, ya que todo tiende a permanecer, pero simultáneamente está sujeto a la inestabilidad y al cambio.