Es muy frecuente escuchar a gran cantidad de estudiantes referirse a la vida con dolor o cansancio. Al parecer, las experiencias no gratas se acumulan de tal manera que acaban por vencer el ánimo y llevarlos a preguntarse qué hacer con su vida. Quisiera tener para ellos una respuesta satisfactoria que los alejase de la apatía con que a veces enfrentan la vida, sin embargo, finalmente, después de analizar cada caso, se suele llegar a una conclusión similar: hay falta de atención en los actos cotidianos, circunstancia que lleva a que la vida desemboque siempre en conflicto.
La única y más inteligente opción es estar atentos a cada cosa que realizamos, a cada acción que planteamos, a cada experiencia que tenemos. Sinceramente, no veo que la solución al problema de la vida implique una “búsqueda espiritual”. Una búsqueda espiritual no evita sufrir, es tan solo una manera de enfrentar la vida que incluso lleva a tantos o más conflictos que cualquiera otra.
Estar atento a cada acto de la vida presupone una presencia total. No implica, necesariamente, estar atento a la búsqueda de Dios, proceso cuya dialéctica mental puede ser similar a estudiar física o desarrollar cualquier arte u oficio. Estar atento es independiente de cualquier acción que se realice.
La atención es previa al pensamiento, se mantiene mientras este se realiza, cuando este desaparece, y, finalmente, se sostiene antes de la aparición de uno nuevo. Atender se sostiene bajo la simpleza de que, incluso, es una actividad independiente de la propia voluntad de “querer estar atento”. Quiérase o no, siempre estamos atentos. El problema no radica, por tanto, en atender, sino en la fugaz condición mental de atención que varía de un instante a otro.