Estudiante: He practicado meditación atendiendo los espacios que hay entre la inspiración y la expulsión del aire.
Sesha: ¿Y cómo controlas el espaciamiento de los ritmos?
E: Cuento mentalmente los tiempos, cinco a tres, cuatro a dos u otro, según sea la inspiración y la expulsión respectivamente.
S: Esa técnica se llama pranayama o control del prana que acompaña al oxígeno que, como molécula que conforma el aire, sirve de soporte a la vitalidad proveniente del sol. Junto con las asanas, o posturas yóguicas, conforman ambas disciplinas las técnicas previas que todo alumno suele aprender antes de adentrarse en los terrenos de la meditación.
Al igual que las asanas, el pranayama suele confundirse con las prácticas meditativas posteriores. En la práctica de las asanas y del pranayama no se establece una actitud mental específica, como sí lo hacen las etapas meditativas posteriores a las que se las denomina pratiahara, dharana, dhyana y samadhi.
Si se revuelve el esfuerzo físico que implica una postura con la necesidad de realizarla correctamente, introducimos mundos externos e internos a la vez. El resultado es la combinación de hábitos físicos junto con comportamentales. Igualmente, sale de contexto atender la respiración y, a la vez, contar mentalmente los tiempos en que se desarrolla. Confundimos sin saber el mundo externo con el interno y, así, los cánones de dónde debe ser situada la atención se hacen insostenibles.
La respiración aquieta la mente, pero aquietarla no es anular su agitación. Respirar agita la mente, respirar correctamente con pausas claramente establecidas la ralentiza. No agitarla implicaría no respirar, tipo de práctica conducente a la muerte.
La correcta respiración efectivamente tranquiliza la mente, pero la práctica meditativa va más allá de una simple ralentización. Buscamos introducir nuevos cánones de cognición para advertir estados de conciencia que sostengan la experiencia No-dual.