*Texto transcrito y adaptado de una charla impartida por Sesha en el internado de meditación de Torrent en agosto de 2022.
El sentimiento puede expresarse de forma inegoísta. La ausencia del sentido de yo en la acción, o la ausencia del sentido de yo en el sentimiento, se convierten en pilares fundamentales que desarrollan una tipología de metafísica muy específica.
El poder hacer sin quien haga y sin embargo hacer no haciendo, se convierte en una paradoja extraña que hace de la tradición algo profundamente interesante. Noten ustedes que la paradoja estriba en que hay Conciencia pero no hay Conciencia del yo. Entonces nos preguntamos: ¿quién es el que conoce? La respuesta es sorprendente porque para resolverla toca deshacer todos los axiomas básicos sobre los cuales hemos sustentado gran parte de nuestra manera de pensar.
Es como, por ejemplo, haber descubierto la gravedad como fuerza atractiva. Cuando se planteó la teoría de la gravedad se hacían muchas bromas a Newton acerca de cómo estando arriba era igual que estar abajo y estando abajo era igual que estar arriba. Eran algunas de las burlas que se planteaban ante la teoría gravitatoria.
Encontrar conceptos que solucionen los dilemas prácticos y empíricos de la vida implica necesariamente reestructurar el pensamiento y verlo desde una perspectiva diferente. Al propio Einstein le costó y, aunque se probó su teoría a través de ciertos experimentos, pasaron muchos años hasta que las personas entendieron exactamente lo que quería decir. Con la Conciencia, que es un misterio, pasa algo parecido.
Los antiguos orientales se dieron cuenta de que había dos fuerzas. Una es la Conciencia, la fuerza del Saber, algo que está en todos nosotros. La otra, que también es importantísima y que tiene unas connotaciones bastante universales, es la fuerza del Amor. Estas dos fuerzas son fuerzas integrativas, como la gravedad que atrae todos los cuerpos que hay en el universo si tienen masa.
Cuando ustedes conocen, adquieren el objeto conocido. Es decir, antes de conocerlo el objeto no es adquirido, no es aprehendido. Esa aprehensión con “h” del objeto por parte del sujeto se convierte en una adquisición que el sujeto hace de aquella información que percibe del objeto. Y es que la Conciencia adquiere eventos constantemente e integra en el sujeto los objetos que está percibiendo.
Cuando el sujeto adquiere un objeto, aprende y cuando aprende, conoce. Esta fuerza de conocimiento se convierte entonces en una actividad profundamente atractiva, aprehensiva, que es la que permite que se adquiera información.
En el Amor, a diferencia de la adquisición como elemento integrador, lo que enamora es entregarnos al objeto. Es entonces cuando el objeto nos adquiere. Hay una aprehensión, hay una entrega hacia aquello que se conoce. La sensación de diferencia momentánea desaparece. El Amor tiene la capacidad de poder hacernos uno con aquello que amamos. Mientras que con el Saber traemos los objetos, el Amor nos lleva a ellos y nos integra a ellos.
De esta manera también hay una fuerza de aprehensión, de adquisición. El universo nos adquiere a través del Amor. Los objetos nos llevan a situarnos en lo amado de tal manera que allí podemos disolvernos muy fácilmente gracias a la facultad inegoísta. A esta facultad se le llama Entrega. A este tipo de sentimiento se le suele llamar Devoción, pues no hay un vocablo que sea más claro para definir la connotación propia de lo que es una especie de Amor Absoluto, una Bienaventuranza.
En Oriente a esta entrega amorosa le llaman Bhakti. Se parece mucho al Amor compasivo del Budismo, que se conoce con el nombre de Karuna. Aún así, en realidad no se trata de compasión. No es que el individuo sienta compasión, es que él Es compasión, que es totalmente diferente. No es que se sienta Amor, es que se Es Amor, en el sentido de que al integrarme con el objeto se goza de las condiciones de este.
El Saber es una fuerza centrípeta y el Amor es una fuerza centrífuga, pero ambas son integradoras y convergen en que los objetos acaban finalmente no diferenciándose. La integración no termina en la fusión cognitiva ni en la fusión amorosa. Siempre el amador reconoce al amado y siempre el amador es no diferente del amado. Esta capacidad se convierte en el eje central de la metafísica oriental.
Desde el punto de vista filosófico lo que planteamos es que lo que Es en sí mismo, lo que Es por sí mismo, es el Ser, la Seidad, Aquello que Es. Entonces surgen preguntas como por ejemplo: ¿Somos uno con el Ser? ¿Somos el Ser y yo como si yo fuese el Ser? ¿Es una posibilidad metafísica? ¿Es una posición monoteísta? ¿Es una posición en la que yo soy como Dios y luego me fundo con Él? ¿Dónde terminan las cosas?
Estas preguntas, desde un punto de vista teológico o filosófico, no tienen salida y quedan sin resolver. En cambio, desde la perspectiva del Advaîta, estas preguntas se resuelven de una manera muy simple: el proceso integrador es de tal calibre que es capaz de integrar a través del conocimiento y de la Conciencia al conocedor con todos los objetos. O bien que la capacidad integradora amatoria es tan profunda que es capaz de integrar al sujeto con todos los objetos. Esta integración práctica que se da en el momento propicio permite que todos los objetos sean conocidos, que todos los objetos sean amados.
La plataforma cognitiva a la que llamamos No-dualidad es como una especie de As que se tiene en la manga. El único problema que hay es la momentaneidad del proceso egoico.
Toda la metafísica oriental, y la del Advaîta en particular, está perfectamente construida, es profundamente lógica y altamente intuitiva, solo que tiene un problema práctico que es la consciencia individual. ¿Cómo se puede desvanecer la consciencia individual si es algo tan evidente? La respuesta que nos permite dar salida a este problema es el propio acto de la Concentración, que nos muestra que es posible actuar sin quien actúe.
La experiencia práctica cognitiva que tenemos para poder sortear la vida es la Concentración. Y la capacidad clara y empírica que tenemos para poder rehacer esta madeja es el Amor. Por eso decimos que existen dos fuerzas básicas, dos energías primarias, dos elementos altamente integradores que nos permiten trasladarnos a los elementos propios de la No-dualidad, cada uno con sus cánones claramente establecidos.
El acto del Amor se parece profundamente al momento y al instante de “darse cuenta”. “Darse cuenta” es el mecanismo primario que ofrece la adquisición del conocimiento que nos lleva a la apreciación y al aprendizaje de los objetos. Amar es algo similar. Se podría decir que el elemento parecido es entregarse, darse, ofrecerse, inclusive sacrificarse, vivir por el otro, para el otro, etcétera.
Estos mecanismos son activados en función de la mente del perceptor y de la cultura que genera este proceso. En nuestra cultura es mucho más fácil reflexionar, razonar, deducir, racionalizar. La gestión de la mente y de su proceso cognitivo es mucho más veraz, mucho más contundente. Pero la gestión que se tiene de los sentimientos, la capacidad de la entrega, del sacrificio, la capacidad de la esclavitud amatoria, darse completamente al otro, la capacidad de amar todas las cosas, etcétera, es muy compleja.
La mayoría de los problemas que tenemos en la vida, que nos confunden y que generan sufrimiento, no son problemas racionales, son problemas emocionales. La dificultad estriba en cómo gestionar correctamente el Amor para convertirlo en una fuerza integradora. En el Amor somos tan poco diestros que se parece a algo así como querer conocer y negarse la posibilidad de hacerlo.
¿De qué sirve Karuna, esa amorosa compasión, si hay un yo que está detrás buscando el resultado de aquello que se está sintiendo? Eso da solamente para amar a algo o a alguien momentáneamente.
La fuerza integrativa producida por el Amor o por el Saber forja la mente. La fuerza cognitiva y la fuerza amatoria como mecanismos integradores, van produciendo una impronta en la mente que poco a poco va resolviendo una situación de conocimiento y de reacción ante el mundo y ante el entorno. Esto lo que produce básicamente en el cerebro es una facultad neuroplástica que permite desarrollar la capacidad de aprender y de amar y, fundamentalmente, el Discernimiento.
El Discernimiento es una facultad extraordinaria, excepcional. Es una facultad tan excepcional que nos permite conocer sin que medie la dialéctica. De este modo empiezan a nacer mecanismos creativos y procesos intuitivos que nos permiten presentar y observar los eventos desde una perspectiva diferente. El Discernimiento nos permite atravesar el río de piedra en piedra, sin necesidad de caer y mojarnos en los procesos dialécticos de tesis y antítesis.
El Saber como fuerza integradora produce una condición cognitiva que permite el aprendizaje a la que llamamos Intuición. El Amor como fuerza integradora produce la capacidad de poder entregarnos, de poder darnos, de poder ofrecernos, del sacrificio. No hay que usarlo como dolor o miedo sino como entrega. En esa entrega aparece la alegría, en esa entrega viene el brillo de la tranquilidad y el brillo de la quietud en la que la persona finalmente logra la paz.
*Imagen de cabecera: https://www.istockphoto.com/es/foto/corazón-y-el-cerebro-conectado-por-un-nudo-sobre-un-fondo-blanco-gm896352582-247536850