Cuando su atención se proyecta a los objetos del mundo externo, usted se encuentra “fuera”. Para estar fuera es necesario trasladarse de la zona física del propio observador y dirigirse al objeto externo. Imagínese que, mientras camina, un pequeño y muy valioso objeto que tenía en las manos cae al suelo; inmediatamente su atención se proyecta a la superficie del suelo donde asume ha caído el objeto. Su atención no se queda en los ojos ni en sus cuencas; tampoco la atención, mientras busca afanosamente, se deposita en su cabeza o en cualquier parte interior de su cuerpo. La atención se proyecta fuera e intenta permanecer allí.
Para situarse fuera, la atención debe depositarse en el objeto externo que produce la información que deseamos conocer; si el objeto tiene forma y color, entonces debemos catapultar la atención con el sentido que advierta esas características visuales. En caso de que el objeto sea un sonido, la atención no puede quedarse en el oído sino desplazarse al lugar donde nace la vibración; si el objeto es olfativo, no debe colocar la atención en la nariz sino en la zona donde el olor aparece; si la información externa a detectar es parte del gusto, la atención deberá estar localizada en el sabor que se produce en la boca, pero no debe asociarse a la lengua, dientes o paladar. En el caso del tacto es mucho más fácil; el tacto no requiere desplazamiento de la atención, pues irnos a la piel no requiere un movimiento de la atención hacia ninguna zona física más allá del mismo cuerpo. Los sentidos más difíciles de situar fuera son la vista y oído; el más fácil, el tacto.