Todo estudiante sufre de fantasía en exceso; la mente viaja por cualquier sitio sin razón alguna y se encadena para conformar secuencias de imágenes mentales que se unen sin orden ni control alguno. Así, horas sin cuento, cada día, la mente se instaura en fantasías continuas creando hábitos descontrolados y condicionamientos de diversa índole.
Cuando la mente por momentos no «fantasea», entonces se sitúa en variadas actividades «imaginativas», donde las cadenas mentales se asocian impulsadas por la voluntad de quien piensa. Mientras el alumno fantasea, viaja a mundos construidos con retazos de memoria; cuando imagina, construye ideas basadas en su voluntad personal. Son pocos los momentos de «comprensión» en los que la mente asume el rol estable de determinar cognitivamente la existencia de lo percibido, es decir, saber y conocer.
Así, entonces, el ser humano advierte un círculo vicioso cognitivo donde «fantasía», «imaginación» y «comprensión» fluyen alternativamente. De los tres, la fantasía ocupa la mayor parte del tiempo diario, podría hablarse de entre un ochenta y un noventa por ciento del día. La imaginación ocurre en los instantes donde emerge un interés particular, ya sea asociado a un objeto específico o a la consecución de una meta. La comprensión, en cambio, suele ser esporádica, completamente momentánea y altamente fugaz. La comprensión se asocia a «saber» de algo, ya sea el color de unos zapatos, la intensidad de un sonido, las formas de una puerta o recordar y reconocer el número telefónico. Saber es la consecuencia final, la síntesis que se provoca en todo proceso cognitivo.