Si cualquier ser humano pudiera mantener la atención a cada acto de forma sostenida, su forma de ver el mundo cambiaría totalmente. Incluso sería participe de nuevas formas de cognición que desembocarían en la realidad de la percepción No-dual. Una atención sostenida recurrentemente sobre cualquier evento presencial de la vida es el acto purificante más bello que existe.
La atención no necesita aparecer y desaparecer con cada pensamiento. No, no es así. La atención es continua, es el pensamiento el que nace y muere; por ello, mientras la atención al acto presente se mantenga ininterrumpida, jamás se experimentará segmentación en la percepción. ¡Qué hermoso es morir a cada instante y volver a nacer al siguiente sin que el “yo” note el cambio que continuamente se realiza!
Cada día alberga innumerables actos a los que debemos responder. Estar atentos a la simpleza de cualquiera de ellos permite saltar al siguiente acto sin que los eslabones que conforman la cadena de la percepción se fracturen. La simpleza de leer, por ejemplo, va sumada a la de caminar, sentarse, comer y miles de acciones más y, al operar todo ello sin esfuerzo psicológico, implica una forma de vida inteligente que redunda en un control de la mente y de sus funciones superiores.
Estar atento no es algo bueno ni malo, es una actividad más allá de toda moral, más allá de toda explicación ética. Estar atentos a cada acto ofrece una viveza sin igual, modela la mente y la catapulta a formas de cognición que jamás el común de los seres humanos cree que puedan existir.
“Actuar” tiene límite moral, “sufrir” y “gozar” poseen límite, pero “atender” no tiene límite alguno. Y de toda atención posible a cualquier tipo de evento, ninguna más maravillosa que la atención suprema: aquella que logra aposentarse continuamente en la atención misma.