Este estado de conciencia es el más primario y cambiante de los cinco existentes. Mientras se advierte la experiencia del sueño, la mente del soñante se desdobla en dos partes: objeto y sujeto, asumiendo cada uno de ellos una condición claramente diferenciadora. En el estado de sueño existen sujeto y objeto, cada uno de ellos con sentido de conciencia individual e independiente. Todo el universo creado conformado de incontables objetos y sujetos asume sentido de realidad. Mientras se sueña, el sueño es real.
El “yo” generado en sueño es el más caótico de los diversos testigos que nacen en los cinco estados de conciencia. El sentido del “yo” cambia sin control alguno y se forjan cambiantes personalidades no relacionadas entre sí; ello hace que el sueño sea una condición profundamente variable y poco estable, pero con apariencia de realidad mientras se lo experimenta.
Ningún “yo” forjado en cualquier sueño puede encadenarse a las consecuencias de sus propios actos, pues quien ejecuta la acción y la consecuencia misma no son ajenos al soñador ni independientes entre ellos. Por esa razón, en el estado onírico no se produce karma. Es gracias a la ausencia de karma en el estado onírico que a la noche siguiente no nos vemos obligados a continuar el sueño en el lugar donde quedó estancado al despertar. De haber condicionamiento kármico en el sueño, debería haber una estricta condición de causa y efecto en cada uno de los sucesos; por ello, los eventos deberían mantener necesariamente una secuencia cada vez que el sueño apareciera. Evidentemente, no es así; tanto el “yo” como las experiencias oníricas aparecen sin un orden previamente establecido, dando lugar a una experiencia real pero profundamente inestable.