La característica fundamental de este estado de conciencia es que los eventos que allí acontecen son enteramente causales, todos están gobernados por las leyes de la física. La ley kármica de causa y efecto prima sobre cualquier otra. Todo evento es consecuencia de uno previo. No puede estudiarse un evento independientemente de su entorno, pues las infinitas variables que conforman la realidad se entremezclan en algún lugar del tiempo y del espacio.
En el estado de Pensamiento, el objeto se diferencia claramente del sujeto. Es un estado dual, donde observador y observado parecieran evolucionar desde un trasfondo que se pierde en el comienzo de los tiempos.
En el Pensamiento, al igual que los demás estados de conciencia, el sesgo que atribuimos a la interpretación de nuestra cognición es del todo real. Sin importar qué interpretemos mentalmente del mundo o de nosotros mismos, dicha apreciación asume siempre sentido de realidad. El estado de Pensamiento es real mientras se lo experimenta y, al igual que el de Sueño, desaparece cuando cualquiera de los restantes toma el lugar de presencia en la esfera de la consciencia. Esta condición de excesiva inestabilidad de todo lo que allí se conoce hace del Pensamiento y del Sueño realidades enteramente momentáneas e inestables.
Otra característica fundamental del estado de Pensamiento es la aparición del sentido causal de apropiación, de presencia del “yo” en cada pensamiento que se realiza, en cada interpretación que del mundo se hace. El “yo” es el pensamiento más común que existe. Cualquier actividad mental viene asociada a la partícula “yo”. La apropiación o sentido de pertenencia de la acción cobija la cognición, al igual que el polvo cubre por entero los objetos de una casa deshabitada por años. En este estado, el “yo” campea por doquier, es el rey de la cognición. El afianzamiento del “yo”, en forma de egoísmo, se convierte en el pilar fundamental de la actividad mental humana.