Mientras la atención se deposita fuera, prevalecen los objetos del mundo sobre el sujeto que los conoce. En la medida en que crezca la intensidad de percepción asociada a los objetos externos y el sentido de asombro, novedad o acecho aumente, entonces el objeto cobra cada vez mayor relevancia a costa de la pérdida de la presencia del sujeto. A mayor presencia de los objetos externos menor sentido de apropiación del “yo”. Llegará un momento en que gracias a la continuidad de la atención sostenida sin presencia de sujeto alguno sobre el objeto, y en asociación con el poder del saber propio de la conciencia, el objeto mismo asumirá el rol de ser el ente activo de la cognición. Entonces, gracias al poder intrínseco de la conciencia, podrá saber, conocer, sin que exista necesariamente la mediación del “yo”. A este tipo de cognición se le denomina Observación externa.
Esta situación es frecuente en el ser humano, pero este no suele notar la importancia de su naturaleza. A modo de ejemplo, advierta el hecho de ver una película de cine. Sentado cómodamente en su silla podrá dirigir su vista hacia la pantalla donde la imagen se proyecta. Si la película es interesante se verá impelido, sin que medie su propia voluntad, a un mundo excepcional, a una realidad en la que se es consciente de las imágenes visuales y auditivas sin que exista en esos momentos sentido de presencia egoica. Incluso podrá estar así diez o veinte minutos y ser consciente “fuera” de una trama lo suficientemente interesante para que en ningún momento la atención se deslice y regrese a su interior. En caso de que desafortunadamente su atención regrese “dentro”, notará que empieza a pensar bajo la modalidad alternativa de objeto y sujeto; habrá pasado nuevamente a la experiencia del estado de conciencia denominado Pensamiento; allí habrá siempre un dueño de la percepción, pues el sentido del “yo” hace parte integrante de la cognición.