La percepción no solamente puede alcanzar los objetos externos, la fantasía, la imaginación o el sueño, sino también situarse entre cualquiera de los contenidos mentales. Es decir, es posible ver nacer y morir los pensamientos, tal como es posible detectar el nacimiento y muerte a diario del sol o como se puede ser testigo del circular de un coche de un extremo visual a otro de la vía mientras nos asomamos a la ventana y lo observamos.
Para lograr la ralentización de los procesos mentales y encontrar el espacio que opera entre ellos es necesario mantener una actitud interior de atención sin esfuerzo o, lo que es lo mismo, estar atento al presente interior. La atención firme en el presente interior es la herramienta más valiosa para dar inicio a la práctica meditativa; de no ser así, la atención discurrirá al sueño, a la fantasía o al mundo externo.