El ser humano, para alimentar su capacidad racional, necesita inevitablemente expandir su memoria, poseer nuevas experiencias, lograr un pasado sobre el cual poder planear su discurrir dialéctico. Gracias a la implementación cada vez más creciente de su historia, asume poseer nuevos eventos a través de los cuales logra juicios cada vez más eficientes.
El movimiento de la información almacenada en la historia es siempre secuencial. La información siempre se manifiesta a la luz de la conciencia en forma de fracciones consecutivas unas de las otras. La mente configura un sistema de procesamiento similar al de un ordenador, donde la información fluye al igual que lo hacen las aguas de un río hasta desembocar en un afluente mayor, siempre en paquetes diferentes unos de otros, siempre en secuencias lógicas que las vinculan.
La historia es un bien sumamente apreciado; en teoría nos enseña a no olvidar nuestros errores, pero lamentablemente con esto no basta. Gracias a la historia tenemos elementos suficientes para comparar la experiencia vivida y convertir la percepción en un evento secuencial. La memoria es una necesidad lógica para poder prevalecer de forma inteligente en el mundo dual.
Nuestra historia se almacena bajo la forma de hábitos mentales que usados frecuentemente convierten nuestras creencias en verdades. Pensamos en función de los hábitos mentales que establecemos a lo largo de la vida. Más allá de este límite conceptual y cultural del hábito, es difícil abrirse a nuevas creencias, aceptar originales teorías o ver la vida desde una óptica diferente.
Nuestros pensamientos se fundan en los hábitos que ellos establecen por refuerzo y nos llevan a pensar habitualmente en las mismas cosas. Nuestra mente no es libre del condicionamiento que la sociedad, la cultura y la misma genética elaboran con el transcurrir de la experiencia.