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En la concentración exterior, ¿nace una conciencia asociada al objeto?

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No nace una nueva conciencia. La conciencia es un continuo y, dependiendo de la fuerza presencial, de la capacidad de fluir continuamente en el presente, la mente se reconfigura para ahora reconocer asociado al objeto, un sujeto.

Si tienes un pedazo de hielo y continuamente le suministras energía calorífica, el hielo cambia lentamente o rápidamente, según sea el intercambio de calor, al estado líquido; igualmente, al suministrar más calor al líquido, este pasa a gas. Nunca se ha creado agua, como nunca se crea la conciencia. La conciencia, dependiendo de la reconfiguración de las variables cognitivas que estructuran la cognición, se advierte como sujeto y objeto diferenciados; como sujeto solo u objeto solo, como es el caso de la Observación Exterior, y sujeto-objeto simultáneos, tal como acontece en la No-dualidad.

Lo más extraño, y a la vez maravilloso, es que el agente activo de la cognición no está en ningún lugar concreto del campo. Esto genera la extraña sensación de no localización física en ninguna zona. Puede incluso generar temor, pues siempre solemos encontrar una referencia para situarnos, ya sea respecto a nosotros o al mundo externo. Cuando nos pensamos, por ejemplo, solemos situarnos en la cabeza o simplemente somos conscientes de que pensamos en algo, esto es, hay un conocedor siempre diferente de lo conocido. Pero en la Concentración Exterior no existe esa referencia temporal o espacial. La sensación de dilución es maravillosa, como ser mantequilla disuelta a lo largo de la sartén caliente.

Cuando hablas, sabes que lo haces a través de la boca, pero tú no estás en ella, pues fluyes como testigo en todas partes del campo. Observas desde los ojos o escuchas a través de los oídos, pero no estás como agente en ninguno de los sentidos. Tal vez se asemeja a una especie de ebriedad grata que llega incluso a ser exultante y maravillosamente libre.