He aquí el recurso preferido del distraído: dormir. Es muy frecuente que la práctica interior tenga un desenlace final en el sueño. El cansancio físico o simplemente la fantasía recurrente llevan a una ralentización de la respiración que acompaña a la aparición del estado onírico.
Ya dormidos nada importa. El cuerpo suele desmoronarse y la atención se ve trasportada a universos mentales lejanos. Es frecuente escuchar ronquidos o ver cómo se desploma el cuerpo hacia el suelo. Esta es una faceta donde la lucha por evitar que ello suceda desgasta mucho. Una práctica meditativa pasada por el sueño, junto a la lucha consecuente por evitarlo, son situaciones que verdaderamente desgastan a cualquiera.
A veces, sin embargo, el sueño es bienvenido, especialmente en aquellos momentos donde el dolor aqueja al cuerpo o en aquellos instantes donde ser consciente de la recurrente fantasía lleva casi a la locura.
El cóctel más frecuente del meditador despistado es viajar intercaladamente por estos tres primeros mundos: el de los sentidos físicos, la imaginación y la fantasía, y el sueño. Son verdaderamente pocos quienes logran advertir el único y válido estado cognitivo que lleva a una práctica sana y edificante: la Observación Interior.