La información que la mente detecta en el sueño en forma de sujeto y objetos es creada por ella misma. El sujeto onírico, que es la suma de fracciones mentales relacionadas, al igual que los objetos que él reconoce, son todas creaciones mentales imposibilitadas de generar sentido de causalidad. El “yo” onírico que hace parte del sueño es una fracción pensada, de igual modo que los “yoes” de todos los soñados, al igual que el universo percibido es una proyección mental que subsiste hasta antes de despertar.
El sueño es el estado más caótico de los existentes; es la sombra de una sombra, la creación de una ilusión, es una inmensa colcha de retazos vigílicos. El “yo” onírico es la suma momentánea de recuerdos del “yo” vigílico, al igual que todos los demás eventos que se traen a colación mientras se duerme. El “yo” onírico y los objetos que conforman dicho mundo se parecen a la descripción que tiene un niño de un extraterrestre desconocido: lo supone de color verde, con cabeza grande, un solo ojo, etcétera. Al final, el extraterrestre es una suma de innumerables y sugerentes relaciones mentales que logran definirse con una palabra: extraterrestre. El “yo” onírico nace de la suma de pensamientos engendrados en la vigilia y que hacen parte de la memoria. Los objetos oníricos tienen igual consistencia que el sujeto onírico que los percibe y es imposible, entonces, que ese sujeto onírico sea causa de algo continuo y causal, pues aparece y desaparece como las diversas formas que adoptan las nubes mientras recorren el cielo; por esta razón, no existe causalidad en el sueño; no hay aparición de karma entre conocedor y conocido mientras fluye este estado de conciencia.