El silencio interior es aquello que arroba por la inmensidad de lo percibido

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La tecnología se convierte cada vez más en una herramienta indispensable. El adelanto en las comunicaciones permite saber en segundos qué ocurre al otro lado del planeta. La globalización es un hecho y la entremezcla de culturas avanza a pasos agigantados. Sin embargo, el avance que se construye gracias a los nuevos desarrollos al parecer va más rápido que la capacidad del mismo ser humano de utilizarlo para su desarrollo interior.
Una de las características psicológicas que sobresalen en un mundo cada vez más desarrollado tecnológicamente es el profundo sentido de soledad interior; de ahí deviene la extraña paradoja que ofrece la tecnología: ¿realmente esta ayuda al desarrollo interior del ser humano?
La tecnología ofrece instrumentos que hacen más eficientes muchas de las tareas que antes realizábamos pero, aún así, ella por sí misma no logra transformar y mejorar la naturaleza esencial del ser humano. No le permite estar más a gusto consigo mismo, más feliz con aquello que le rodea, más asertivo en sus decisiones personales, más amoroso, más idealista y humano.
Nos vemos muchas veces superados por la compleja red de información que nos rodea. Es tal la cantidad de información que impacta la mente, que mucha de esta se cuela sin haber sido procesada conscientemente. El resultado: un actuar programado y sin criterio.
Mientras no se intensifique el acto de estar conscientes tanto al entorno externo como al mundo interior, la mente asumirá ser espectadora de un océano irrefrenable de sucesos que la superan, la modelan y, finalmente, educe comportamientos superficiales e inmaduros. Qué extraño: nos vemos asediados por unas posibilidades cada vez mayores de acceso a información y, sin embargo, cada vez permanecemos más solitarios en nuestra propia intimidad.
Nos hemos equivocado en asumir como axioma que alguien inteligente es aquel que está facultado para procesar cada vez más cantidad de información. La auténtica inteligencia debería plantearse como el mecanismo interior que permite procesar y organizar información de manera consciente. ¿De qué sirve acceder a tantos mundos virtuales si con ellos nos aislamos y creamos intrascendentes realidades personales? Ser inteligente implica otorgar un orden a la información recibida y estratificarla en actividades específicas. Ser inteligente debería implicar síntesis personal, capacidad de análisis e integración del mundo externo e interno.
Es triste un ser humano alejado del entorno pero atesorando un mundo de información que se mide en gigas o terabytes. El encierro que induce el impacto de más información de la que se es capaz de procesar impide la clara opción de aprehender el mundo externo en su real valía, esto es, la imposibilidad de contemplar y embeberse de la fuerza misma de un paisaje, una montaña o un amanecer.
Y qué decir de la maravillosa contemplación del silencio, ese mundo en donde la información, aún estando, se advierte sin conflicto. Ese silencio interior no es la negación del mundo interno o externo, no; el silencio interior es aquello que arroba por la inmensidad de lo percibido, pues en él no hay vacío, al contrario, allí los mundos se interceptan flotando en la maravilla de la Conciencia No-diferenciada.
La atención constante, así sea dirigida a la mínima y simple tarea que a diario desarrollamos, es la vía de acceso a los insuperables mundos de la percepción clara, de la satisfacción personal y de todo aquello que tiene que ver con el enaltecimiento que implica estar vivo y dotado de inteligencia.