El presente es el ambiente donde las cosas que constituyen el mundo surgen espontáneamente, sin esfuerzo de quien las conoce. En el presente nacen la lluvia, el sentir, los recuerdos y los miles de eventos que cotidianamente percibimos. El presente se caracteriza porque nace sin esfuerzo de nadie y, sin embargo, todos lo detectamos.
Lo vivamos o no, lo experimentemos o no, el presente siempre está con nosotros. No nace de nuestra inventiva ni de nuestras necesidades personales. A veces se quisiera que el presente respondiera a nuestras exigencias, especialmente cuando tenemos en mano el billete de lotería o sentados en un bar vislumbramos aquella chica hermosa que parece inalcanzable. Cuántas veces el futuro y el pasado parecen más condescendientes con nosotros que el presente mismo. Nos jactamos de la inventiva y, arropados en universos inexistentes, construimos mundos en los que la imaginación viste sucesos que jamás ocurrirán.
El presente se desenvuelve bajo parámetros propios. Cuando coincide con nuestras expectativas nos sentimos a gusto y gozamos cada instante que nos depara, pero cuando es esquivo y aviva su faceta de dolor entonces, angustiados, queremos huir rápidamente de él. Debemos ser conscientes de que el presente debe convertirse en el eje central de nuestras reacciones mentales. De no ser así viviremos cabalgando en mundos ambiguos. Confusos y aturdidos no sabremos exactamente a quién otorgar nuestro interés ni nuestra voluntad, si al presente o a la memoria que construye hechos al igual que las nubes lo hacen para luego quedar desmembradas en jirones.
El presente siempre depara momentos para realizar todo tipo de acción. Nos traerá momentos adaptados al trabajo, otros para la diversión y el descanso, para el placer, la reflexión, la alegría y el dolor. Debemos aceptar la dádiva que nos ofrece y aprender de ello lo que sea menester. Vivir el presente enaltece y lleva al ser humano a darle sentido claro a la vida.