Sesha: (Refiriéndose a un alumno músico que acababa de interpretar una pieza para el grupo) ¿Qué has ganado cuando interpretas el tambor? Aparte de lograr mayor maestría con las manos, ¿qué has ganado como persona que antes no tenías?
Asistente: ¿Como persona?…, aprendizaje.
Sesha: Sí, pero eso lo podrías haber ganado también, por ejemplo, leyendo algunos libros. ¿Qué has sumado a la técnica que dominas desde hace ya unos años?
Asistente: He ganado relacionamiento social. Estoy más a gusto conmigo mismo, pero así y todo mi práctica interior es aún plana.
Sesha: Dices: «La práctica interior parece plana». ¿Cómo ha sido tu vida? Plana, es decir, ¡sin sobresaltos! No quieres decir que sea mala. Cuando practicas con el tambor, el mundo que allí se desenvuelve no es tan «plano». ¿Qué has ganado? Te pregunto a ti, pues ese instrumento es tu vida.
Asistente: Mi vida gana intensidad cuando lo interpreto.
Sesha: Tú puedes “pensar” que tu vida es puntualmente intensa, pero no que pueda serlo siempre. Puedes “pensar” que estás ocupado, pero no que estás intensamente ocupado de forma continua. La interpretación no te otorga esa intensidad adicional, te lo entrega tu forma de “estar”, tu actitud interior cuando interpretas. De la técnica has saltado a una presencia más allá de la técnica misma. Empiezas a avizorar una nueva forma de interpretar en la que, sin saber cómo, la música se hace a sí misma.
Ahora empiezas a adquirir cierta intensidad adicional que antes no tenías; realmente no es que no la tuvieras, sino que te empiezas a dar cuenta de que “estar” tiene categorías que antes eran inimaginables. Has empezado a poder comparar esa nueva intensidad con otras que ni siquiera eran capaces de apartarte de la recurrente plenitud.
Tú eres mentalmente intenso, pero el presente es intensidad no pensada. Y a lo que estás llegando con interpretar el instrumento es al logro de una intensidad que no se piensa.