Esos momentos pueden parecer siglos, o tal vez un infinitésimo instante, pero el tiempo y el espacio sobran como descripción de lo que acontece. El universo se detiene en su expansión pues no hay nada que ofrezca la opción de notar algún movimiento de algo respecto a otra cosa. Finalmente se regresa al hogar, cuyas paredes y techo son la existencia sin límite, el amor absoluto y la conciencia suma.
Tal es la intensidad de la vivencia, que consume el tiempo y el espacio; tal es la fuerza de lo experimentado, que consume la individualidad. Es este instante la razón de ser de toda búsqueda, es la razón de lo que ahora se vive.
Agotada la experiencia, y mientras no sea constante, como sí lo es en el caso de los jivanmuktas, la mente empezará nuevamente su impulso de diferenciación y gradualmente aparecerá el universo diferenciado. Dicho universo naciente se advertirá según los cánones sobre los cuales impera ahora la cognición, de tal manera que quien viajó al absoluto puede otra vez verse envuelto en el tiempo y en el espacio, hasta que un día su estructura interior dé paso a un cambio estable a cualquiera de los estados de conciencia posibles.