El nacimiento del sentido de individualidad ocurre por identificación del pensamiento con un actor inexistente cuya esencia es tan solo un recuerdo, una idea. En la medida en que un tipo de pensamiento es recurrente favorece la creación de hábitos. Así, el refuerzo que implica pensar constantemente se convierte en un mecanismo de condicionamiento, que incluso será la base del acomodamiento genético que nace de la adaptación al medio donde evolucionamos.
En un jivamukta la mente sigue pensando pero no surge el proceso de identificación entre el recuerdo y el actor. Un jivanmukta puede recordar sin problema alguno o discurrir sobre el futuro, pero jamás nace un sentido de identificación que otorgue individualidad. De esta manera, el jivanmukta es libre del sentido de lo mío, de lo propio, lo que hace que la mente no construya un centro activo al que denominamos “consciencia personal”, sino que ella actúa desde el fluir mismo de su condición natural y no-diferenciada. Por ello, el jivanmukta se mira a sí mismo pero no se encuentra como entidad individual; esta sensación es profundamente grata, pues implica un relax de la percepción y la introducción a representaciones mentales poco conocidas por el género humano. Dichas representaciones mentales nuevas, que aparecen al funcionar sin yoidad, son descritas como la felicidad ininterrumpida que experimenta el jivanmukta de forma natural y continua por el simple hecho de existir, conocer y amar.