Algunos místicos orientales se han enamorado de la naturaleza y de sus diversas expresiones: han amado una montaña y la han convertido en el eje central de su existencia, hay otros que se han enamorado del viento, otros muchos se han enamorado del silencio… El mundo místico se muestra habitualmente a través de una divinidad antropomórfica; no obstante, lo místico se expresa de manera mucho más adecuada a través del llanto y de la poesía.
Hace algún tiempo charlaba con un teólogo que me preguntaba acerca de la mística. Él se mostraba extrañado de que la mística no transmitiera una fracción de comprensión personal o racional. Había leído muchos libros sobre el sentimiento místico, en especial sobre los grandes místicos de Occidente, cristianos básicamente. Según él, las palabras de aquellas personas transmitían cierta incoherencia o actitud paradójica, ya que el mundo Superior les parecía lo único existente, haciendo que el mundo humano desapareciera momentáneamente, como falto de interés. Entonces le pregunté si había tenido alguna vez un rapto místico; contestó que no. ¿Acaso alguna vez se había enamorado? Respondió que no. ¿Tal vez había comprendido la esencia de su naturaleza y la razón de su existencia? Dijo que no. Finalmente pregunté si alguna vez había convertido un instante en único e infinito, en un momento eterno que se convirtiera en el centro y eje de su vida. Con una mirada extraña, no supo qué contestar; seguramente no sabía exactamente lo que le preguntaba.
El mundo está lleno de personas que hablan de lo místico, de lo que saben otros que también opinan. El mundo está ahogado en pensamientos y sentimientos sobre las circunstancias de la vida misma, ello impide mirar al cielo y cegarse por el resplandor de la infinitud.