El místico es un maestro en el arte de dar, en el arte de perderse, similar al poder de entrega de quienes se lanzan al mar desde un farallón a cincuenta o sesenta metros de altura. Cuando nos enfrentamos al precipicio y no se sabe si al llegar al agua se vivirá o morirá, hay un momento de entrega. Ese abismo de no-saber es similar a un momento místico.
Nadie puede imaginar cuánto llena de Amor la sensación de un instante pleno. Nadie imagina cuántos instantes posteriores pueden colmar la sensación vívida de un solo instante pleno. Cuando uno se sumerge en instantes de ese tipo, la vida toma otro rumbo. La forma de ver las cosas adquiere un tinte totalmente diferente a lo común, a lo rutinario, a lo tedioso, a lo cansino, a lo desesperante, al desamor.
Cuando uno se enfrenta a la pareja y propone un diálogo profundo en el que se pueda preguntar y responder libremente, ello se convierte en un momento místico. A veces el místico no requiere de pareja humana, le basta con la compañía del Amado, nota su presencia en cada acto, le recuerda en cada pensamiento, constantemente lo Divino lo apoya, le susurra su cercanía. Y en muchas ocasiones le atribuye un nombre y forma, y lo llama Brahman, Krishna, Vishnu, Shiva, Cristo, María… o de cualquier otra manera, y esa imagen ocupa y llena su mente.