Si te encuentras en un lago profundamente calmo, puedes allegar cosas que no obtendrías cuando te sitúas en uno cuya superficie ondea a causa de la brisa. Al escuchar la brisa y observar las olas, verás distorsionados sobre la superficie los innumerables reflejos de las nubes y el sol. En cambio, al estar en un lugar sin brisa, en un lago sin olas, reconocerás la familiaridad del silencio y de la quietud. Las imágenes que se forman en su superficie, por ser totalmente plateada, son una réplica de las imágenes existentes en el firmamento y en el cielo.
Hay un instante en la percepción interior donde todo es tan quieto, tan calmo, que sin distorsión es fácil detectar el mundo interior sin vestimentas, sin caretas. Hay tal silencio que no emerge ningún tipo de rumor mental, ningún pensamiento enturbia, ningún sonido externo molesta, nada agita la quietud experimentada. Es el universo interior de lo continuo, de lo estable y, aunque es lineal, se proyecta en todas direcciones de forma completamente homogénea. Nada es ni más ni menos en ningún lugar interior. Es el rumor que produce la atención cuando se atiende a ella misma. En dicho encuentro silencioso tú eres el rumor, el rumor eres tú.
En otro lugar, bajo condiciones diferentes a las que te anoto, cuesta descifrar si el rumor es un tipo de pensamiento o un evento extraño al que se atiende. Pero cuando la experiencia interior es profundamente aséptica, completamente viva y totalmente presencial, lo que allí escuchas, lo que allí detectas, es el fluir del sonido del río de la Conciencia. Es un sonido silencioso porque ahí no hay piedras con las cuales golpee el flujo silencioso de agua que transita; allí no salpica el agua, pues se mueve sin moverse. Ese susurro de la Conciencia surge imperceptible y necesita del completo silencio sensorio y del completo silencio mental. Así, cuando aguzas tu propia condición interior y te precipitas en el abismo pleno de silencio, entonces el murmullo que oyes es la atención misma fluyendo.