Cuando la cadena de pensamientos es reconocida por un testigo diferente al que lo protagoniza, entonces el discurrir se corta dando pie al final del pensamiento. No hay pensamiento que no pueda ser reconocido ni sentimiento que no pueda ser atendido por un observador situado fuera de ellos.
Ser consciente de un contenido mental lo detiene, lo destruye. ¿Qué queda entonces en el mundo interior? Un vacío de pensamientos, una espera atenta y viva. Lo normal es que inmediatamente la mente retome la iniciativa que otorga la inercia de pensar sin control y nuevamente induzca un contenido mental, o simplemente la atención se desvíe al mundo externo o se redireccione al sueño.
Sin embargo, si al morir un pensamiento la actitud de sorpresa y presencialidad se mantiene, entonces el siguiente pensamiento tarda en conformarse nuevamente. Aparece entonces un intervalo entre pensamiento y pensamiento. Dicho intervalo es carente de imágenes mentales auditivas, visuales o de cualquier tipo.