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El encadenamiento a las acciones

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Asumir una vida eterna después de la muerte granjea poder a quien otorga esa concesión. En cambio, ser dueños de nuestra vida y emprender un futuro esculpido por nuestra propia intención nos lleva a controlar nuestra propia existencia. Cuánto daño se podría evitar con el hecho de reconocer que el encadenamiento a las acciones nos liga por el solo hecho del dolor generado por ellas. Realmente la humanidad ganaría en concordia y sería más proclive a la bondad y al altruismo si fuésemos testigos obligatorios de nuestros propios actos del pasado.

Creer que podemos escondernos mediante un acto como el suicidio, o asumir que vamos a la guerra justificados por ser patriotas serían actitudes sin fundamento; la asunción del concepto de samsara obligaría a reprimir de manera natural un conjunto de eventos que no tendrían razón de ser. La explotación del prójimo se vería como el daño a mí mismo; la explotación y tala del planeta se vería finalmente también como el daño a mí mismo. Cuánto cambiaría todo si tan sólo asumiésemos, aunque fueran erróneos, conceptos como samsara y karma. En esta aceptación solo habría un grupo de perdedores: todos aquellos que, fundamentados en sus necesidades egoístas, claman por un mundo mejor en el que ellos sean los protagonistas.