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El descanso de no ser dueño de nada

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Solamente aquel que puede entregarse alcanza el Amor, el sentimiento de reencuentro y el descanso que otorga no ser dueño de nada. Cuando el ser humano se vacía de sentimiento ante un instante, ante una imagen, ante el Saber, cuando se vacía ante una puesta de sol o ante una fragancia como el azahar cuando florece, solo cuando logra volcarse en ese instante y hacerlo único, cuando ese instante presencial se hace eterno, entonces se convierte en un momento místico. Y si los instantes se encadenan uno tras otro, entonces se convierten en una vida mística, y cuando la desesperación lleva a no poder vivir más que de esa manera, entonces es posible ver los ojos del Amado.

Desde ahí, no se ven flores, se ve la expresión de “los Ojos de la Divinidad” en forma de colores; no se ve el mar, se ve “la Saliva de la Divinidad”; no se siente el viento sino el “Hálito de Aquello que Ama”. Todo se convierte en expresión del Amado, al igual que el enamoramiento humano es capaz de relacionar todo evento con el nexo entre el amador y la persona amada.

Todo ser humano tiene la capacidad de ver a Dios (que no es más que la capacidad de verse en Dios), pero lo que habitualmente ocurre es que se vive a la espera del “momento adecuado” para que eso suceda; esperamos el momento para ser felices, el instante adecuado para entregarnos de la manera apropiada; queremos vivir el amor a nuestra manera, sentir de una forma especial y única que es la “nuestra”, esperamos que nos entiendan para poder darnos plenamente. Nadie se atreve a entregarse “desnudo de condiciones”, nadie es capaz de entregarse a un instante, a un sentimiento, a algo externo y ajeno, y menos aún a la idea de la Divinidad porque es considerada terriblemente lejana, extraña, un poco irracional, innecesaria y un tanto absurda.