Es difícil entender que la acción pueda disociarse del contenido ético que se presupone siempre es inherente. En ninguna cultura la muerte es el impulso de la vida. Nunca nadie ha desestimado la importancia innata de existir; lo que sí se desestima y entra en contradicción es la opinión personal de lo que es ser, existir y sus consecuencias.
La sociedad castiga a quien delinque y, sobre todo, a quienes coartan el bien supremo que sustenta a la misma ley: el derecho de existir
¿Es claro que el derecho a existir es el bien primero? ¿Es claro que el siguiente derecho del ser humano tiene que ver con asegurar la continuidad misma de su propia existencia? Sin embargo, la ley penaliza los actos incorrectos, es decir, los que van en contra de los principios primarios, actos como el asesinar, pero desiste en condenar si existen atenuantes suficientes que lo justifiquen, como es el caso de matar en combate o por defensa propia.
¿Sabes qué lleva a la ley a castigar o absolver un acto que va en contra del principio primario de “existir” y “permanecer”? La ley siempre intentará encontrar los móviles y las consecuencias que el acto buscaba e indagará respecto al nivel de presencia del sujeto como ejecutor de la acción. ¡¿Crees, entonces, que un individuo que realiza la acción sin apetencia de fruto y que no tiene arraigado el sentido de egoísmo puede ir en contravía de cualquier principio primario?!
No tiene sentido. El asesino ha de planear su estratagema o debe estar poseído del ciego odio hacia un tercero. Ello es muy diferente de una reacción natural carente del sentido del “yo”.