El ser humano intenta, a través de todas las fases de su vida, reconocerse a sí mismo. A lo largo de la vida, y cuando es tan solo un niño, explora el mundo con inocencia. Mientras es pequeño, sin notar de sí mismo la identidad de ser Sujeto con la fuerza que sí lo hace el adulto, reacciona de manera espontánea ante el entorno. No es consciente de sus necesidades primarias; tan solo come, duerme, se recrea, aprende, etcétera.
A medida que el niño se desarrolla con los años, experimenta conscientemente el gusto, el placer y el dolor que el mundo le ofrece. Entonces aprende a catalogar todo tipo de sensaciones y de Objetos que las producen. A cada una le otorga un “nombre” y le asigna una “forma”. Fija la experiencia mediante la memoria. Empieza a reaccionar de acuerdo a sus contenidos previos, asumiendo que el mundo es nuevo, sin notar que él mismo es tan solo una continua proyección modelada de su propia historia.
Existe afán para que el ser humano se socialice y aprenda rápidamente las herramientas necesarias para subsistir en el mundo; a ello le denominan educación. Se enseña al niño que debe fijar la información y aprovecharla para el futuro. Se intenta afirmar su sentido de pertenencia y predominancia induciéndole a operar mediante metas. La educación practicada de esta manera se parece a las flores que en los invernaderos se obtienen mediante productos químicos. La necesidad del lucro hace crecer plantas con flores de hermosos colores, pero en el camino han perdido el aroma. La tierra donde se sembraron acaba pútrida e inservible, y quienes cuidaron su crecimiento deben guardarse de no intoxicarse con aquello que riegan para “embellecerla”.
De esta forma se afianza de manera errónea y a destiempo el sentido de predominancia egoico. No se da tiempo a la mente de los niños para desarrollar estratos que les permitan aprender a vivir de forma empírica el acto práctico del “estar aquí y ahora”, de fluir en el Presente. La ausencia de espontaneidad se pierde en casas donde los padres no tienen herramientas suficientes ni criterios para entender, y a su vez enseñar, la importancia y la validez de los acontecimientos que se suceden en el Presente. Los maestros, en los colegios, no poseen tiempo para enseñar a contemplar el mundo donde viven, pues adolecen del saber contemplar; el vértigo de la enseñanza requiere cumplir con un estricto orden académico.
¿Dónde está el antiguo Sujeto que experimentaba por “reacción espontánea” y, sin dilema de “fijar” su vivencia ideal o formal, logró reconocer uno, dos o más idiomas en algo más de un año? ¿Dónde está ese “pequeño” Sujeto que observaba cada cosa que le rodeaba como si fuera la primera vez que la veía, y su mundo interior se enriquecía con la simpleza, la inocencia y el juego? ¿En qué instante se perdió la capacidad de ver al mundo sin pasado y se restringió a la suma de incontables hechos históricos?
Al parecer, crecer y educar implica el afianzamiento de ser Sujeto hacia unas condiciones no muy claras.