Para Oriente es muy importante la descendencia, la progenie divina, pues es la expresión de permanencia de la creación originada por ellos, que son la causa de todas las cosas. Los dioses son eternos, estables, profundamente sátvicos; los seres humanos son rajásicos, cambiantes, y también tamásicos, es decir, ignorantes, pero tienen la capacidad de obtener el conocimiento de sí mismos y lograr la liberación en cualquier instante. El ser humano tiene el don de poder acceder a la liberación, puede encontrarse a sí mismo en el momento en que, a través de su propio esfuerzo, de su propia condición, allegue el saber en sí mismo.
Los dioses tienen que esperar a que muera el universo para lograr la liberación. Al morir el universo ellos se disuelven junto con Ishvara, su creador. La fuerza latente del anterior universo será la clave que genere las condiciones, las leyes del nuevo, que no serán muy diferentes puesto que los karmas preestablecidos del universo precedente son la fuente y semilla que discurrirán en el siguiente.
Los mundos divinos son estables mientras dure el universo y se disuelven con él. Los mundos humanos son muy cambiantes, pueden disolverse en cualquier momento. En línea con esto, hay ciertas historias que cuentan que es tal el deseo de los dioses por el logro de lo Absoluto, que no esperan a que termine el universo y encarnan como humanos, sufriendo las circunstancias y características que poseen los hombres, a condición de poderse liberar a voluntad, por sí mismos. Es por ello que se suele decir que los dioses tienen “envidia” de los hombres, y ello determinaría la aparición de los yakshas y de los rakshasas. Estos son dioses, es decir, entidades estables, ilimitadas, pero que producen dolor, odio y todo tipo de circunstancias que impiden al ser humano conocerse y lograr la liberación. Por otra parte, existen los devas, devis, rishis, kumaras, adityas, manús…; su fundamento es servir de centro y de base del conocimiento de los hombres para que estos accedan a la liberación.