En su sistema de referencia valorativo Dios y el diablo son dos imponderables; sin embargo, intenta mediante ellos justificar la cotidianidad del acto humano. Dios es un concepto que lo supera y el diablo no pasa de ser el terror que opera en usted a causa de su propia ignorancia; aún así, es a través de estos conceptos que el ser humano juzga a sus semejantes. Es tan fácil enmascarar la ignorancia justificándola como un intento de servir a Dios… Es así como las guerras santas se ven válidas y el hambre, el dolor y la miseria un regalo de Dios. Y al final todo es culpa de Él, es Dios quien juzgó que así fuera; de esa manera todos excusan su proceder y optan por la inercia para con sus semejantes.
¿Cómo salir de este círculo vicioso donde el actuar es relativo y, sin embargo, la vida nos impulsa a ello? La solución al dilema de la acción ha de resolverse intentándolo ver desde una perspectiva diferente. Para usted es claro que la educación inculca un modo de actuar que justifica los modelos de vida existentes. Y si el modelo cultural moral es erróneo de base, ¿el error educacional aplicado en la transmisión generacional puede perpetuarse? Pues bien, eso es lo que ocurre exactamente en la mayoría de las tradiciones existentes. Entre ellas, Occidente moralizó desde siempre la acción, y eso lo llevó a necesitar situar la ética y los actos morales bajo una de las miles de opciones existentes entre el bien y el mal supremos.
Fueron los mandamientos quienes determinaron primariamente qué actos son per se buenos o per se malos. Todo parámetro moral alternativo ha de obviarse puesto que es relativo. Entienda: a las acciones se las otorga intrínsecamente un carácter moral, lo que hace imposible su clasificación de manera universal.
De igual forma, las leyes sociales y jurídicas se obligan a normar la convivencia, y para ello determinan como ente primario y necesario el derecho a la vida o la convivencia social. En este caso, el derecho a la existencia como bien supremo se encuentra sobre cualquier otro. Ocupan puestos secundarios los derechos de educación, descanso, alimentación, etcétera. Esta clasificación impulsa un tipo de valoración propia a cada acto, pues la identificación con cada uno de los derechos secundarios genera un atributo específico a cada acción.
Es bajo este modelo social, jurídico y religioso que Occidente se mueve desde siglos. Todo acto lleva intrínseco un valor moral. Encontrar el ente moral primario y hacerlo prevalecer sobre cualquier otro puede incluso ser causa de guerras, intensas pasiones o confusas teorías filosóficas.
En la tradición Advaita el encuentro de la acción correcta estriba en disociar a la acción de cualquier connotación moral y evitar la identificación del sujeto como “hacedor” de la acción que realiza.