Desapego, vairagya, no es dejar cosas. Es la consecuencia que sigue a una comprensión previa. Cuando se tiene la certeza de la no necesidad de algo, ya no se piensa en ello, no se lo necesita.
Es muy fácil dejarlo todo cuando hay dolor. Es fácil decir: “lo dejo todo, estoy cansado, aburrido, ya no me sirve la vida” y tomar una decisión desde esa crisis. Pero eso no es vairagya. Como se ha dicho, no es dejar cosas. Si la comprensión no está previamente establecida, no se deja absolutamente nada, porque la mente siempre tenderá finalmente a merodear por todo aquello que se dejó. De hecho, en ese merodeo crea un nexo más fuerte, un encadenamiento de más alto nivel con aquello que se está tratando de evitar. Desapego no es irse a vivir a una cueva en las montañas. ¿Qué sucede si uno se lleva hasta allá toda su miseria interior? Nada bueno. Vairagya no es la causa sino la consecuencia de una certeza que me permite dejar las cosas, sí, pero solo porque finalmente reconozco qué necesito y qué no.
La tradición cristiana ha sido funesta en la condición de la expresión del desapego. Se ha transmitido que basta el distanciamiento de los eventos que supuestamente nos desvían de la rectitud para alcanzar el control interior. Es un planteamiento muy primario, absurdo. Desde el Advaita lo primero y fundamental que se plantea es que vairagya es el desapego mental de los objetos, y segundo, que uno solamente puede desapegarse de lo que la comprensión ensalza.
Al más alto rango de comprensión le hemos llamado “discernimiento”, viveka. No existe real, verdadero y profundo desapego si no hay discernimiento. Sin este, el desapego no es más que una mera fantasía.