Cuando el individuo interpreta la realidad que experimenta se encuentra necesariamente con dos mundos: el de los objetos materiales que los cinco sentidos advierten asociado al mundo externo y aquel que se advierte como mundo interior y que se detecta idealmente gracias a las funciones propias de la mente. La experiencia del mundo interior la definiremos como “dentro”; la del mundo exterior la llamaremos “fuera”.
Estos dos mundos, el interno y el externo, están conformados por innumerables e infinitos eventos. La suma de los objetos ideales y los reales –denominados “reales” en filosofía, pues dependen de sí mismos y no del observador− conforman el universo de nuestra percepción. Para el Advaita la frontera de ambos mundos es la actividad sensorial, los cinco sentidos físicos. Así entonces, cuando alguno de los cinco sentidos está conectado somos testigos del mundo externo, es decir, nos encontramos “fuera”; igualmente, cuando los cinco sentidos están momentáneamente desconectados nos situamos en el mundo interior, “dentro”.
“Dentro” y “fuera” son los mundos que tenemos en nuestras manos para conocer y en los que podemos actuar. Relacionarnos con el mundo externo, estando “fuera”, nos permite actuar en él y caminar, comer y ponernos en contacto con el mundo material de nuestro entorno. Asimismo, situarnos en el mundo interno, “dentro”, nos permite actuar mentalmente, es decir, pensar y usar cualquiera de todas las funciones mentales disponibles.
Pasamos alternativamente de dentro hacia fuera. En ocasiones de manera muy veloz; otras, se plantean intermitencias mayores, como ocurre mientras dormimos. En vigilia solemos siempre situarnos momentáneamente en el mundo externo, pensarlo y saltar a otro objeto también externo o interno. Siempre saltamos alternativa y secuencialmente de un objeto a otro de los mundos interno o externo, jamás simultáneamente entre cualquiera de los dos mundos que se nos ofrece experimentar.