La atención es uno de los tesoros más grandes que poseemos y a la vez una de las herramientas fundamentales en nuestra vida. Gracias a la atención podemos saber, pues su naturaleza esencial es generar conocimiento y es la fuente de todo proceso cognitivo.
La atención es una actividad siempre permanente, nunca decae ni se trasforma. Nacemos con ella y siempre ilumina los eventos del mundo; gracias a la atención podemos tener consciencia del entorno que nos rodea y de nosotros mismos. Muchas veces se plantea la existencia de déficit de atención, circunstancia al parecer muy común actualmente en la niñez. Sin embargo dicho déficit es en realidad inexistente, pues jamás hay modificación ni cambio en la atención.
El gran inconveniente de las culturas occidentales es la exacerbación del sistema nervioso a causa de la exigencia que acompaña a los avances que las nuevas tecnologías otorgan en nuestros tiempos. Es fácil notar cómo los niños, incluso los que aún no saben hablar, se encandilan horas enteras frente a un televisor o se adiestran en niveles superiores de fina motricidad gracias al manejo de videograbadoras y juegos electrónicos.
Dicha invasión de información supera en ocasiones la capacidad de reacción que opera en el sistema nervioso de cualquier niño, llevándolo a un sobreesfuerzo no conocido en anteriores generaciones. Dicha sobre estimulación conlleva un desarrollo veloz en motricidad fina, lógica y desarrollo de la creatividad, pero a la vez crea carencias en la comunicación y variadas lagunas en la relación dentro del ambiente familiar.
Los niños desarrollan facultades de relacionamiento de información que sus mismos maestros aún no atisban a entender y que jamás llegarán a poseer. La falta de comprensión sobre los nuevos niveles de manejo de la información tecnológica que se empiezan a desarrollar desde los primeros años va generando día a día una inmensa brecha entre profesores y alumnos.
Redirigir de manera inteligente las nuevas facultades que los niños desarrollan y fomentar un ambiente creativo en ellos no es lo que suele ocurrir en las escuelas.
Con el paso del tiempo y con la falta de claridad educativa respecto a la nueva expectativa que nace a edades ya tempranas, la atención empieza a segmentarse y a ser cada vez más puntual. El modo estable y permanente con el que el niño deposita su atención sobre el mundo en sus primeros años de vida evoluciona hacia un modo caracterizado por una intermitencia veloz y una permanencia volátil en los objetos que experimenta, creando una actividad desenfrenada con dichos objetos y desarrollando una modalidad de comportamiento inquieto, pobre y falto de profundidad en el conocer.