Realmente no se trata de controlarla, pues la naturaleza de la mente convive con la necesidad del incesante cambio, al igual que la naturaleza de un niño de tres años no permite que permanezca en quietud. Debemos permitirla expresarse exclusivamente como una reacción al presente. Pensar no es malo, lo que confunde es pensar cuando no hay que hacerlo o sobre cosas que no es necesario pensar.
Darse cuenta que los pensamientos se cortan al observarlos es una situación maravillosa. Observar los pensamientos y notar su inmediata disolución se convierte en una imprescindible herramienta para controlar el desorden mental. Una y otra vez debes hacerlo hasta que, finalmente, al paso de meses o años, puedas atestiguar claramente el inmenso y silencioso espacio interior que se genera cuando no se piensa.
Cuando en la práctica llevas un tiempo sintiendo dolor y viajando sin control alguno por tu fantasía, alargar la práctica implica inevitablemente trasladarte al sueño o a la desesperación. Si tu mente está entrenada y logras estabilidad en un estado de conciencia superior, el tiempo puede alargarse tanto como desees. Debes entender que en la práctica lo que vale es tu relación cognitiva con el objeto, esto es, tu fuerza de ser consciente en lo que conoces. Más allá de ello cualquier otra variable es intrascendente, aunque tú creas que es importante.