Conocer no es diferenciar un ‘nombre’ de otro, ni una ‘forma’ de otra. El real Saber implica conocer al perceptor final de la percepción. ¡Qué importa conocer un ‘nombre’ o diferenciar una ‘forma’ de otra! Lo realmente importante, lo único válido de saber, lo que asegura la libertad final, es reconocer al perceptor final, conocer a quien realmente conoce, aquel que siempre es, que jamás cambia, que no posee parte alguna. Más tenue que el átomo y cuyo brillo refulge más que mil soles juntos: ¡He aquí la Sabiduría!
El gran error consiste en suponer que la mente es quien conoce. Mientras duermes, todos los contenidos experimentados hacen parte del sueño. Al despertar, supones que efectivamente tu yoidad durmió. Mientras piensas en vigilia, asumes que la yoidad recuerda. Mientras observas el mundo, presumes que la yoidad aprende, entiende. ¡Qué craso error! Tú no conoces, tú no existes; tú crees que aprendes, imaginas que existes. Asumes que existes porque reconoces un mundo externo que no eres tú. ¿Dónde finaliza en ti tu yoidad y dónde empieza el mundo que observas?