El karma entreteje todos los acontecimientos como causales generando un ciclo incesante y continuo de nacimiento y muerte. El karma solo opera en mundos duales, es decir, en aquellos donde existe un sujeto, que actúa con apetencia de fruto y sentido de yoidad, y objetos diferenciados que existen independientes del sujeto.
Occidente solo analiza mundos duales, razón por la cual su modelo de universo es exclusivamente causal. El universo surge en el Bing Bang, la gran explosión inicial en la que la materia adopta las condiciones para evolucionar y crear vida. Desde la perspectiva científica el universo es siempre causal y todos sus elementos creados están entremezclados. La vida es una conjugación de infinitas variables interdependientes que evolucionan hacia un tipo de perfección aún no muy entendible.
Sin embargo, la esencia del karma no es el sentido de causalidad en los eventos materiales ni en las fuerzas constitutivas del universo, como por ejemplo sí lo es la descripción de la segunda ley de Newton que habla de acción y reacción. El karma tiene más que ver con el sentido de encadenamiento causal que hay entre un sujeto que actúa y las consecuencias finales de sus actos. Dicho acto y su consecuencia son una actividad que puede acontecer en el plano físico o mental. Aquella frase que coloquialmente se comenta: “toda acción lleva una reacción” es una muy pobre apreciación que define la naturaleza del karma. El karma tiene que ver con la relación sujeto-objeto, y específicamente con las condiciones para que dicha dualidad permanezca. Mientras la acción, cualquiera que sea esta, lleve al sujeto a permanecer siendo sujeto y reconocerse diferenciado de los objetos, entonces la acción produce karma respecto a la consecuencia generada. La esencia final es la permanencia del sentido de individualidad y, por lo tanto, de una comprensión dual del universo. Mientras exista karma, perdura el sentido del ”yo”.